Ghatim: "cuando sea mayor quiero ser una buena persona"
- Belén González
- 19 jun 2017
- 3 Min. de lectura
El documental La historia de Majid es en realidad la de dos pequeños más, Esra y Ghatim, pero también la de cerca de un 60% de niños del total de 12 millones de desplazados que han tenido que huir de la guerra de Siria para intentar salvar la vida. En estos momentos se trata del país con más refugiados y desplazados internos del mundo, ya que más de la mitad de la población ha tenido que abandonar sus hogares y refugiarse en campamentos o bien tratar de alcanzar países en paz. El último supuesto es el caso de Majid, Esra y Gathim, todos ellos de 10 años y residentes en Países Bajos el primero y Turquía los otros dos.
Majid tenía cinco años cuando estalló la guerra en Siria y logró llegar a los Países Bajos cruzando a través de Turquía. En un primer momento, la falta de dinero obligó a su madre y sus hermanos a permanecer en Turquía, lo que le llevó a "estar muy triste" porque echaba de menos a su familia aunque él "estuviese a salvo". Majid veía por primera vez el mar el día que se subió a una patera con otras 30 personas después de que su padre pagase a una mafia para cruzar el Mediterráneo hasta llegar a Atenas. A partir de ahí, el camino continuó a pie con cientos de personas más.
"Había muchos niños, pero no podía jugar con ellos porque estaba muy cansado de caminar", asegura Majid, que ahora se esfuerza por aprender neerlandés para poder hablar más con sus nuevos amigos, que le gustan mucho. Su madre y sus hermanos ya se han reunido con ellos, pero sigue echando de menos Siria. "No sé si algún día volveremos a Siria ni cuando acabará la guerra, sólo los mayores lo saben".
Tanto Esra como Ghatim huyeron hace casi dos años junto a sus padres hasta llegar a Estambul, Turquía, pero ni siquiera acabar en el mismo lugar les asegura la misma suerte. Gathim "tenía una casa preciosa en Homs", pero no pudo ir a la escuela porque estalló la guerra, por lo que ahora no sabe leer ni escribir. Esra, por su parte, era la niña más lista de su clase en Alepo, la que mejores notas sacaba, y su padre era sastre. Todos ellos, también Majid, cuentan mejor su historia a través de dibujos en los que enseñan sus bonitas casas envueltas en una tormenta de bombas y con las calles circundantes inundadas de personas muertas.
Ninguno hablaba el idioma ni entendía nada cuando trataban de cruzar las fronteras, pasaron por debajo de alambres de espino, pero compartieron la satisfacción y la felicidad de dejar atrás la guerra.
"Cuando murieron 21 personas en mi pueblo pensé que yo también iba a morir", confiesa Esra, que al llegar a Turquía tuvo pesadillas durante mucho tiempo en las que soñaba que sus familiares y amigos morían, pero se sentía muy aliviada al despertar y comprobar que no era cierto. Al principio, su padre no podía conseguir trabajo y a menudo pasaban hambre mientras trataban de sobrevivir con los ahorros que habían conservado. Los hermanos de Esra son más pequeños que ella y no van al colegio porque no pueden permitírselo, mientras ella encuentra dificultades en el idioma pero al menos es "muy buena en matemáticas".
"Aquí somos pobres y no puedo ir al colegio, tengo que vender pañuelos en la calle desde que amanece hasta que anochece. Le doy 4,50 a mi papá y yo me quedo 1,50 para comprarme maíz. La gente no es muy amable conmigo y cuando me ve la Policía intenta quitarme el dinero y los pañuelos, y yo cuando les veo corro todo lo que puedo". "Quiero que la guerra acabe, cuando sea mayor quiero ser una buena persona", Ghatim.
Amnistía Internacional pide rutas seguras para las personas refugiadas, que tardan de media cien días en alcanzar las fronteras y de los cuáles la mitad se queda por el camino. La película documental Nacido en Siria es otro ejemplo muy recomendable para conocer la situación de estas personas a través de los ojos de siete niños refugiados, que son finalmente los más perjudicados y menos culpables al mismo tiempo.
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